febrero 2024 Artículo destacado

Riesgo y Recompensa

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Era el primer miércoles por la noche del nuevo año escolar en agosto de 1996, lo que significaba que había tiempo suficiente para comer una cena rápida e ir a la iglesia. Al llegar al edificio de la iglesia, que estaba literalmente rodeado de pastizales para vacas y campos de maíz en los cuatro lados de las colinas del suroeste de Virginia, comencé a ponerme un poco nervioso. Entré en el sótano donde se encontraban las cinco salas de la escuela dominical de la pequeña iglesia debajo del santuario, absorbiendo ese olor a sótano de iglesia que solo un edificio hecho a mano de 100 años de antigüedad puede producir. Un par de docenas de adultos, en su mayoría adultos mayores, se reunían en el piso de arriba para una reunión de oración mientras yo esperaba ansiosamente poder comenzar el nuevo ministerio para jóvenes que el pastor había aprobado solo unas semanas antes.

La juventud, definida en esta pequeña iglesia rural como cualquier persona nacida hasta el último año de la escuela secundaria, había sido esencialmente inexistente durante bastante tiempo. Pero no lo era en esta bochornosa noche de finales de verano. Aparecieron tres chicos, sin contar un amigo que recluté para ayudarme a dirigir y yo. Cantamos, jugamos algunos juegos, hablamos de Jesús y les rogamos a esos tres chicos que regresaran la próxima semana y trajeran a un amigo. Estoy bastante seguro de que incluso hice alguna promesa estereotipada de una sorpresa ambigua (probablemente una caja de pizza fría que recogería en el camino) si lo hacían.

Y ellos lo hicieron.

Cuatro años más tarde, cuando me gradué de la escuela secundaria y me dirigí a la universidad, los "jóvenes" de mi pequeña iglesia rural habían experimentado un mover de Dios como nunca había visto antes. Más de 80 chicos de la comunidad venían todos los miércoles por la noche, las vidas habían sido cambiadas y las familias habían sido transformadas. Yo quedé enganchado de esto. "Quiero experimentar esto por el resto de mi vida", recuerdo haber pensado.

Lo loco de esta historia es que en agosto de 1996, yo era ese nuevo líder "juvenil" de esa iglesia a la madura edad de 13 años. ¿Por qué? Con seguridad no era la gran obra de un genio exegeta de las escrituras que de alguna manera hubiera superado su propia edad y tampoco era alguien con una habilidad de liderazgo que nunca se había visto antes. Era algo mucho más simple que eso.

Yo era todo lo que tenían.

Así que, la semana pasada mientras estudiaba la parábola que Jesús contó sobre un amo, que confió su dinero a tres siervos antes de partir a un largo viaje, descubrí algo que nunca anteriormente había notado y que me hizo apreciar mi historia personal mucho más que la de un pastor desesperado que toma un riesgo no calculado.

La parábola de los talentos o bolsas de dinero en Mateo 25 ha sido una que he predicado y enseñado muchas veces antes, por lo general enfocándome en el principio de "cosechar lo que siembra". Pero esta vez, al notar cómo el hombre de "un talento" respondía a su maestro en cuanto a por qué no invirtió lo que se le había dado, sino que cavó un hoyo y lo escondió en el suelo, estas palabras prácticamente saltaron de la página hacia mí:

"Tenía miedo".

Algunas traducciones interpretan este versículo 25, con un contexto aún más amplio que eleva la convicción que estaba empezando a sentir.

"Tenía miedo de perder tu dinero."

El miedo de este hombre a perder lo que tenía lo paralizó por completo hasta el punto de que ni siquiera lo intentó. Se aferró con tanta fuerza a lo que estaba en su poder como si fuera propio, olvidando por completo de dónde venía. Su miedo al fracaso impedía cualquier posibilidad de inversión, crecimiento, multiplicación o bendición futura.

Al instante volví al sótano de la pequeña iglesia. Todo lo que mi pastor tenía era un niño de 13 años con un solo talento. Él pudo haberme escondido de alguna manera, diciéndome que necesitaba tener más edad y experiencia antes de poder liderar. Sin duda, tenía temores sobre lo que sucedería si se le daba las riendas a un líder joven y no probado y cómo eso podría terminar reflejándose negativamente en él mismo. Pero ya sea por desesperación o por un sentido de discernimiento, invirtió todo lo que tenía. No solo cambió la vida de esos chicos en esa iglesia y comunidad, sino que marcó mi propia vida de una manera que cambió todo para mí. Esto llevó a que se plantara una iglesia en Tennessee, lo que llevó a una relación con una familia de iglesias llamada la Iglesia Misionera, y que llevó todo hasta este punto de mi vida casi 30 años después.

Me pregunto ¿cuántas veces Dios me ha dado la oportunidad de hacer una inversión de un solo talento, pero tenía demasiado miedo de perder lo que tenía o demasiado miedo de fracasar? ¿Me arriesgaría dejar que un niño de 13 años liderara? ¿Me arriesgaría ahora a hablar con valentía de Jesús a mis vecinos de mi comunidad? ¿Me arriesgaría hoy comenzar un nuevo ministerio, grupo o equipo de lanzamiento de una nueva iglesia con alguien que no fuese probado y que viniese con incógnitas? ¿Tendría demasiado miedo de perder lo que ya tengo como para correr el riesgo?

Espero que usted sienta el mismo desafío al reflexionar sobre su vida, su ministerio y su iglesia.

¿Cuál es la inversión de un talento que Dios quiere que esté dispuesto a hacer esta semana, este mes o este año? ¿Cuál es el riesgo que él quiere que su iglesia tome que podría resultar en un retorno de esa inversión en multiplicación de Sus discípulos? Vivir como un misionero significa tomar riesgos audaces e invertir lo que sea que Dios le haya dado, incluso si parece que es "todo lo que tiene".

Y lo mismo es cierto para nosotros como denominación. Nuestra única esperanza de hacer una diferencia es ver la multiplicación de discípulos e iglesias de una manera sobrenatural. Es por ello que estamos aquí hoy, y será por eso que nuestros hijos, nietos y bisnietos tendrán un legado sobre el que construir después de nosotros. No permitamos que el miedo se interponga en el camino, priorizando lo que se puede perder sobre lo que se puede ganar si lo intentamos. Después de todo, Jesús termina esta parábola con una promesa increíble y una verdad aleccionadora.

"'Quítale, pues, la bolsa de oro y dásela al que tenga diez bolsas. Porque al que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia. Al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y echa a ese siervo inútil fuera, a las tinieblas, donde habrá llanto y crujir de dientes'". Mateo 25:28-30

¿Qué le desafía a hacer el Espíritu hoy? ¿Qué va a hacer al respecto?

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